Aunque nuestros antepasados, no tuvieron una escritura, aún estudiada, es gracias a la llegada de los españoles con una visión evangelizadora, emprendida por los sacerdotes de las órdenes religiosas, es que se ha podido recopilar la versión de forma oral y puesta en los libros.
Uno de los mitos en cuanto al origen del hombre en la costa peruana, es tomada por el mestizo Gómez Suárez de Figueroa más conocido como Inca Garcilazo de la Vega (Cusco 1,539 – Córdova 1,616) y del sacerdote de la orden de San Agustín Antonio de la Calancha (Chuquisaca 1,583 – Lima 1,654). El relato que a continuación presentamos se encuentra en su obra: Corónica moralizada del orden de San Agustín en el Perú, publicada el primer tomo en 1,638 y el segundo en 1,653.
Pachakamaq, entró en celos al ver que el Sol había intervenido en su obra, la siguió, y cesando vio que el astro rey había desaparecido, le arrebató al semidios recién nacido y sin atender los gritos de la madre infeliz, lo mató, despedazándolo en menudas partes su cuerpecito. La mujer imploró al Sol para que diera castigo a Pachakamaq, y éste asustado de que lo encontrara con los restos sangrantes del niño, hizo un hoyo y lo enterró rápidamente.
Pero Pachakamaq quiso remediar la falta de alimentos de la mujer y procedió a sembrar los dientes del pequeño y de ellos nació apretado el maíz. Sembró las costillas y los huesos y de ellos nacieron las yucas y las demás frutas de esta tierra. Sembró la carne y de allí procedieron los pepinos, los pacaes y demás árboles y desde entonces hubo abundancia de alimentos y no se conoció hambre sobre la tierra. Pero no se aplacó la madre, porque cada fruto tenía que recordar a su hijo y a un fiscal de su agravio, y no cesó de clamar al Sol el justo castigo para el malvado. Al oír aquello, el dios se condolió de la pobre mujer y se enfureció contra Pachakamaq. Al instante bajó a la tierra para castigarle, pero aquel se ocultó donde sabía que jamás penetraban los rayos del sol. El dios para poner remedio a sus penas mandó a la madre que le entregara el ombligo y el cordón umbilical del niño muerto y ella se lo dio.
Con ello creó un nuevo hijo y se lo dio a la madre diciéndole: toma y envuelve en mantillas a este niño que llora y se llamará Vichama. Esta vez nadie te lo arrebatará porque yo velaré por él durante el día, y de noche lo pondré bajo custodia de la luna. La madre lo hizo así y crió al infante que iba desarrollando muy hermoso y ya joven; quiso andar el mundo como su padre el Sol.
Vichama, comenzó a buscar los huesos de su madre para poder resucitarla, buscando al tercer día encontró los restos de la pobre mujer, los juntó, les echó un poco de arena, e invocó a su padre y al instante su madre apareció lleno de vida.
Vichama pidió a su padre el sol, que convirtiera a las piedras en huacas, algunas distribuidas en la costa para que fueran objeto de culto y otras las pusieron dentro del mar que son peñones y escollos que hay frente al litoral y a la cuales ofrecían cada año láminas de plata, chicha y espiga. Entre éstas huacas existió Anat, un pequeño islote que decían haber sido el kuraka de este nombre.
Viendo Vichama que el mundo estaba sin hombres, le rogó que hiciera una nueva creación y él dejó caer entonces tres huevos, una de oro, el segundo de plata y el último de cobre. Del huevo de oro salieron los kurakas, y los nobles principales o segundas personas; del de plata, las mujeres de éstos y del de cobre los plebeyos o sea los mitayos y sus mujeres.
Este mito era creído entre los indios de Huaura, Supe, Barranca, Aucallama, Huacho y Végueta.
Autor: Miguel Ángel Silva Esquén.
Publicado en Mirador Regional - Marzo 2004.
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